Gritos de "cerdos y asesinos" en la acera donde Alexandros Grigoropoulos murió por los disparos de un policía. El lugar convertido en santuario y el joven en el héroe de una causa difusa por la que miles de griegos llevan tres días mostrando su ira. A las mismas puertas del Parlamento de Atenas, poniendo a prueba los escudos y la paciencia de los antidisturbios. La paciencia se termina y termina en carreras y lanzamientos de botes de humo. Los enfrentamientos de grupos antisistema con las fuerzas del orden se han repetido también en Salónica y otras ciudades e incluso han logrado cruzar la frontera. Una decena de encapuchados ocupaban durante horas el consulado griego en Berlín y descolgaba una pancarta, en la que podía leerse: "El estado asesina". El primer ministro Karamanlis ha prometido mano dura contra los violentos, que comienzan a poner en aprietos a su frágil gobierno.
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