Mi sueño fue destruido por los doctores

  • hace 5 años
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Ella es Jill, y quiere contarte una horrible historia acerca de cómo un error médico empeoró su salud y le costó su carrera en los deportes.

Desde que tiene memoria, Jill siempre ha sido una gran fanática del patinaje artístico. Fue su primer gran amor. Su familia siempre se burlaba: a ellos les gustaba el baloncesto y el fútbol americano, mientras que a ella solo le interesaba ver atletas sobre hielo. Cuando llegó la hora de escoger un club deportivo, la llevaron a una pista de patinaje sin dudarlo.

Jill usaba los patines más que cualquier otro par de zapatos que tenía. Sabía por qué hacía lo que hacía: primero, quería crecer, participar en competencias internacionales y convertirse en una gran estrella del patinaje, como las personas que admiraba. Segundo, quería ganar mucho dinero y ayudar a su familia, que había gastado mucho para que ella pudiera dedicarse a eso.
Era la primera en entrar al gimnasio a entrenar y la última en dejar el hielo, tras horas de prácticas de saltos, giros y otras cosas; al principio con su entrenador, luego sola. Vio los resultados rápidamente: logró ir a varias competencias y ganarlas. Era la estudiante favorita de su entrenador, la que tenía más determinación.

¿Qué podía salir mal? Un día, mientras entrenaba saltos en el suelo del gimnasio, aterrizó mal. Sintió un dolor agudo en el pie, pero no en un lugar normal: era por el medio, como si se lo hubiera torcido. Bueno, las lesiones son algo muy normal para los que practican deportes. Ya se irá, pensó. Pero no fue así. Jill estaba entrenando sobre el hielo, y le dolía tanto que tenía lágrimas en los ojos. Su entrenador notó que algo andaba mal y le preguntó qué ocurría. Ella le dijo que se había lastimado el pie un poco, pero que no era nada grave.

No mejoró al día siguiente, ahora también le dolía al caminar. Su entrenador estaba furioso: pronto habría una enorme competencia, y debía entrenar todos los días. Jill tuvo que ir al doctor para que le examinaran el pie. Pasó por los rayos X, pero no encontraron nada inusual. Todo estaba bien, ¡qué alivio! Podría regresar al entrenamiento. Pero el dolor no se iba. No lograba buenos resultados, y su entrenador seguía enojado. Hasta llegó a decir que era una perezosa porque no lograba hacer un simple giro. ¡No era perezosa, le dolía! Estalló en lágrimas y le contó su problema.
Él consideró que lo mejor sería buscar una segunda opinión, así que solicitó una cita con un especialista que conocía. ¿Y sabes qué? ¡El mismo resultado! La situación empeoró. Le resultaba muy difícil caminar, imagínate patinar. Claramente no había lesiones, así que no tenía excusa para decepcionar a su entrenador, a sus padres y a sí misma.

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