Emmanuel es un niño que aún no habla ni va a la escuela, apenas tiene un año y ocho meses de edad. Sus mejillas son redondas, y sin sonreír ni inquietarse mira fijamente lo que ocurre en el improvisado consultorio nutricional que hasta hace minutos era la sala de una casa en Pinto Salinas, un barrio al centro de Caracas. Los vecinos la modificaron para conocer el estado de los menores de la zona, y mientras avanza el reloj su mamá espera su turno para medirlo y pesarlo.
“78,6 centímetros”, le dice la nutricionista mientras que una de las encargadas del pesaje anota la cifra y organiza a los 17 padres y 42 niños que se encuentran en ese pequeño espacio que en unos días se convertirá en el comedor donde los niños almorzarán. La medida que indicó la cinta métrica muestra que la estatura de Emmanuel, de 20 meses de nacido, es cinco centímetros menor a la que debería ser.
Emmanuel le pone rostro a ese 35% de menores venezolanos que sufre de una desnutrición lenta y silenciosa, que en muchos casos no se manifiesta con delgadez, sino con retardo del crecimiento. Crea graves consecuencias cognitivas, motoras, biológicas, afectivas y sociales por cada centímetro que deja de ganar, según expertos.
Se trata de la desnutrición crónica. Ocurre cuando “lo que come el niño y su situación de bienestar no son suficientes para que crezca a la velocidad que se espera”, explica Susana Raffalli, nutricionista especializada en gestión de la seguridad alimentaria en emergencias humanitarias y riesgo de desastres.
Los niños más vulnerables son aquellos que, como Emmanuel, tienen menos de dos años de edad. Ese grupo lidera los registros de casos de desnutrición en el país. Cáritas Venezuela, institución que estudia el estado nutricional en las comunidades más empobrecidas, ubica la desnutrición aguda infantil en 13,5%.
Este porcentaje se sitúa entre una crisis de salud pública -cuando es mayor a 10%- y una emergencia, si supera 15%, de acuerdo con los parámetros establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) señala que el deterioro alimentario venezolano comenzó en 2012. Sin embargo, Raffalli asegura que a Cáritas acuden niños cuyo retardo del crecimiento empezó en 2010.
“En los años siguientes, el país ha estado sumido en una crisis de abastecimiento alimentario y de capacidad de compra que ha llevado a las personas a reducir su patrón alimentario en cantidad y calidad. Esto sumado a los problemas sanitarios que hacen que los niños se enfermen con mayor regularidad, además de la escasez de acceso a agua potable y la falta de cuidado en los hogares producto de la emigración”, señala.
De hecho, Cecodap (Centros Comunitarios de Aprendizaje) calcula que 930.020 niños y adolescentes han sido dejados atrás por, al menos, uno de sus padres al migrar. Esa cifra, según la organización, equivale a más de 25.000 salones de clases.
“78,6 centímetros”, le dice la nutricionista mientras que una de las encargadas del pesaje anota la cifra y organiza a los 17 padres y 42 niños que se encuentran en ese pequeño espacio que en unos días se convertirá en el comedor donde los niños almorzarán. La medida que indicó la cinta métrica muestra que la estatura de Emmanuel, de 20 meses de nacido, es cinco centímetros menor a la que debería ser.
Emmanuel le pone rostro a ese 35% de menores venezolanos que sufre de una desnutrición lenta y silenciosa, que en muchos casos no se manifiesta con delgadez, sino con retardo del crecimiento. Crea graves consecuencias cognitivas, motoras, biológicas, afectivas y sociales por cada centímetro que deja de ganar, según expertos.
Se trata de la desnutrición crónica. Ocurre cuando “lo que come el niño y su situación de bienestar no son suficientes para que crezca a la velocidad que se espera”, explica Susana Raffalli, nutricionista especializada en gestión de la seguridad alimentaria en emergencias humanitarias y riesgo de desastres.
Los niños más vulnerables son aquellos que, como Emmanuel, tienen menos de dos años de edad. Ese grupo lidera los registros de casos de desnutrición en el país. Cáritas Venezuela, institución que estudia el estado nutricional en las comunidades más empobrecidas, ubica la desnutrición aguda infantil en 13,5%.
Este porcentaje se sitúa entre una crisis de salud pública -cuando es mayor a 10%- y una emergencia, si supera 15%, de acuerdo con los parámetros establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) señala que el deterioro alimentario venezolano comenzó en 2012. Sin embargo, Raffalli asegura que a Cáritas acuden niños cuyo retardo del crecimiento empezó en 2010.
“En los años siguientes, el país ha estado sumido en una crisis de abastecimiento alimentario y de capacidad de compra que ha llevado a las personas a reducir su patrón alimentario en cantidad y calidad. Esto sumado a los problemas sanitarios que hacen que los niños se enfermen con mayor regularidad, además de la escasez de acceso a agua potable y la falta de cuidado en los hogares producto de la emigración”, señala.
De hecho, Cecodap (Centros Comunitarios de Aprendizaje) calcula que 930.020 niños y adolescentes han sido dejados atrás por, al menos, uno de sus padres al migrar. Esa cifra, según la organización, equivale a más de 25.000 salones de clases.
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