• hace 4 años
De todos los narcos que pululan por el mundo, el caso del holandés Klaas Bruinsma es atípico. Durante la década de los setenta y ochenta fue el capo más importante de Europa; todos los meses importaba toneladas de maría y hachís de Marruecos y Pakistán, que después vendía a traficantes de media Europa desde el coffee shop que tenía en Ámsterdam con su socia, Thea Moear. Bruinsma provenía de una de las familias más ricas de Holanda. Su padre, Anton, era el fundador de la refresquera Raak.

Su padre era sádico, una cualidad que también heredó Klaas. Estaba casado con una británica, de la que se separó cuando el niño tenía cuatro años. Ella vuelve a su país y a Klaas lo cría Anton y un ama de llaves. En el documental de Netflix Los señores de la droga, se relata un episodio cuando Klaas tiene cinco años y su padre le hace saltar desde un armario para cogerlo en el aire. Tras tres saltos, en el cuarto el progenitor deja que su retoño se estampe contra el suelo y le enseña una lección invaluable: no te fíes de nadie.

A los dieciséis años, Bruinsma empieza a vender hachís en el instituto y lo arrestan por primera vez, pero debido a su edad le sueltan de inmediato, aunque le advierten que no siga por ese camino. No escarmentó y continuó con el negocio hasta que lo expulsaron del colegio meses después; entonces decide dedicarse al narcotráfico a tiempo completo. Eran mediados de la década de los setenta, y en sus inicios trapicheaba hachís en el bar Popeye. Bruinsma tenía un problema: nadie se lo tomaba en serio. Su forma de hablar y su pinta de pijo hacían que le vieran como un pelele.
Bruinsma necesitaba credibilidad callejera, de la que él carecía, así que se buscó un socio. Pidió una cita con Thea Moear, una escultural mujer (ganadora del concurso Miss Hot Pants 1974), hija de una pareja de traficantes y que se había criado en el Barrio Rojo de Ámsterdam. Acordaron reunirse en el bar Popeye. “Estuve un rato esperando al Largo ‒relata Moear sobre su primer encuentro en el documental de Netflix¬¬‒, pero no sabía qué aspecto tenía. Cerca de mí había un tipo sentado con aspecto correcto y formal, como de estudiante”. Era Bruinsma. A las pocas semanas se asociaron y pusieron en marcha un coffee shop, el Buggie, desde el que lanzaron una de las sociedades más prolíficas del hampa.
El negocio iba viento en popa y pronto se dieron cuenta de que no tenían suficiente producto para satisfacer la demanda. Necesitaban un distribuidor más potente, y Thea pensó en un amigo suyo, Frits van de Wereld, un mítico contrabandista holandés. “La primera vez que el tío Frits vio a Klaas dijo: ‘¿Quién es este imbécil? No quiero volver a ver a este pijo’. Luego hablaron, vio que Klaas era un profesional y lo aceptó”, evoca Moear. Y así empezó su carrera hacia la cima.

Klaas se dio cuenta de que cuantos menos intermediarios tuvieran mayor era el beneficio. Así que empezó a cultivar a los contactos marroquíes y pakistaníes de Van de Wereld. Pronto trajo sus propios alijos.

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