• el año pasado
En un rincón enigmático donde convergen la muerte y el misterio, vive Don Julián, un zapatero transformado en sepulturero por caprichos del destino. Con más de treinta y ocho años cuidando cementerios, su vida ha sido un testigo silencioso de los secretos más oscuros y profundos que yacen entre las tumbas y lápidas. Acompañado por su radio de pilas, un compañero constante, ha compartido historias que desafían la lógica y se sumergen en lo inexplicable. En esta ocasión, retrocedemos al año 1989, a una tarde lluviosa y fría en un jueves santo, un día que se convertiría en un capítulo excepcional en la vida de Don Julián.

"Voces del Más Allá: El Inolvidable Jueves Santo con la Monja del Cementerio"



La lluvia, como lágrimas del cielo, caía sobre el camposanto aquel día. Con la pala en mano y el abrigo que me ha cobijado en tantos inviernos, me encontraba en medio de mi tarea cotidiana. La lluvia no daba tregua, pero los difuntos merecían su descanso eterno sin importar el clima. He sido sepulturero durante más de treinta y ocho años, un oficio que me llegó de la manera más inesperada.

La tierra húmeda y la lluvia me rodeaban mientras caminaba entre las tumbas frescas y los árboles ancianos que custodian este rincón donde el silencio y los secretos se entrelazan. Mi viejo radio de pilas, fiel compañero de jornadas solitarias, reproducía canciones que traían memorias lejanas, haciéndome sentir menos solo en medio de este lugar de quietud y descanso.

Pero en esa tarde de un jueves santo en 1989, la rutina sería interrumpida por un acontecimiento que cambiaría mi perspectiva de la vida y la muerte para siempre.

Una figura blanca y etérea atrajo mi atención en medio de la lluvia. Era una monja, su hábito parecía brillar con una luz interna que desafiaba la penumbra del cementerio. Sus pasos eran suaves, como si flotara en lugar de caminar sobre el suelo empapado. El viento pareció hacerle una reverencia y la lluvia pareció disminuir su fuerza en su presencia. Paré mi trabajo y observé con asombro cómo se movía cerca del lago central.

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Mis pensamientos se enredaron como los hilos , mezclando sorpresa, respeto y un toque de temor. ¿Quién era esta monja que caminaba con tanta tranquilidad bajo la lluvia en este rincón olvidado por muchos? Sentí el impulso de acercarme, de entender el misterio que se estaba desenvolviendo frente a mis ojos. Lentamente, como si temiera romper el encanto que la rodeaba, me acerqué.

Cada paso que daba parecía acercarme más a la figura de la monja. Su hábito blanco destacaba en medio de la oscuridad del día, y sus rasgos transmitían una calma que desafiaba la tormenta que nos rodeaba. Con manos temblorosas y un nudo en la garganta, finalmente rompí el silencio con una pregunta que apenas logró escapar de mis labios resecos: "¿Qué la trae a este lugar, hermana?"

La monja levantó su rostro, y sus ojos profundos y serenos me miraron con una especie de comprensión que trascendía las palabras. Sus labios pronunciaron p

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