Zátopek no tenía ninguna técnica y nunca nadie le había dicho que para correr hay que impulsarse con los brazos, moverlos rítmicamente, que hay que tener una postura concreta con el tronco, etc., y corría haciendo cosas muy extrañas con los brazos, los movía sin ton ni son, sin ritmo alguno; movía la cabeza a los lados y hacía unas muecas rarísimas con la cara. La cosa es que eso de quedar segundo le había gustado y le entró el gusanillo de competir. Empezó a entrenar él sólo en el bosque, con un programa de entrenamiento completamente a su bola: hacía muchas series de sprints muy rápidos, intentaba cruzar el bosque conteniendo la respiración, y fue cogiendo fuerza y resistencia. Y se animó a inscribirse por primera vez en la prueba de los 1.500 metros, en la que participarían los tres mejores corredores checos de medio fondo. Zátopek aguantó muy bien el ritmo de los otros corredores durante toda la carrera y cuando quedaban doscientos metros, arrancó en un sprint final que los dejó a todos clavados y ganó la carrera. La gente no se lo creía. Sería la primera de muchas victorias y, además, según cuenta Echenoz, acababa de inventar la táctica del sprint final.
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