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La venganza de Horus: el dios halcón y su batalla épica.


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En las vastas llanuras de Egipto, donde el sol dorado se elevaba majestuosamente sobre las pirámides y el Nilo serpenteaba como un espejo de plata, se libraba una batalla que cambiaría el destino de los dioses y los hombres. Horus, el dios halcón, había sido despojado de su trono por su malvado tío Set, el dios del caos y la oscuridad. Sin embargo, su determinación ardía con la fuerza del sol, y estaba decidido a recuperar lo que le pertenecía por derecho.

Los ecos de la traición resonaban en su corazón mientras convocaba a sus aliados: Isis, su madre, diosa de la magia; Osiris, su padre, dios de la resurrección; y un ejército de dioses y humanos que luchaban por la justicia. La ira de Horus era como una tormenta que se cernía sobre el horizonte, y su mirada estaba fija en el desierto donde Set había levantado su fortaleza.

La guerra comenzó con un estruendo. Horus surcó los cielos con sus alas extendidas, su figura majestuosa proyectando una sombra sobre el campo de batalla. Los guerreros, armados con lanzas y escudos, clamaban su nombre mientras el viento aullaba a su alrededor. Frente a él, Set aguardaba, rodeado de sus monstruos y criaturas oscuras, dispuesto a defender su dominio a cualquier costo.

La lucha fue feroz. Rayo tras rayo, los dioses se enfrentaron en una danza mortal, donde el destino del mundo pendía de un hilo. Horus atacó con la agilidad de un halcón en vuelo, sus garras afiladas como puñales. Cada golpe que propinaba resonaba con el eco de generaciones pasadas que habían sido oprimidas por Set.

En medio del caos, Isis utilizó su magia para fortalecer a sus aliados y debilitar a los enemigos. Sus encantamientos tejían un manto de protección sobre los valientes que luchaban junto a Horus. Osiris, aunque ya no en su forma física, guiaba las almas de los caídos hacia el campo de batalla, llenándolos de valor y determinación.

A medida que la batalla se intensificaba, Horus se encontró frente a frente con Set. La ira del dios del caos era palpable, y sus ojos ardían con un fuego oscuro. El tiempo pareció detenerse mientras ambos dioses se preparaban para el enfrentamiento final. Con un grito que resonó en todo Egipto, Horus lanzó un ataque decidido. Las fuerzas del bien y del mal chocaron en un destello de luz y sombras.

Finalmente, tras un intercambio titánico de poder y voluntad, Horus logró asestar un golpe decisivo a Set, quien cayó derrotado. La luz del amanecer iluminó el campo de batalla mientras los ecos de la victoria resonaban en el aire. Horus había recuperado su trono y restaurado el orden en Egipto.

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