En un acto que revela tanto los límites de la regulación oficial como la persistencia de ciertas expresiones culturales, el cantante Alfredo Olivas sorteó las restricciones impuestas por autoridades estatales al interpretar con su acordeón los corridos que le han dado fama, sin cantar una sola palabra. Fue el público quien entonó los versos, completando el vacío que la ley buscó imponer.
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