Anders Breivik, condenado a 21 años por los 77 asesinatos de Oslo y Utoya, ha afirmado que no recurrirá la sentencia porque no reconoce la legitimidad del tribunal. En su alegato final, ha pedido disculpas, pero no a las víctimas, sino a los nacionalistas noruegos y europeos. Ahí la jueza le ha cortado, impidiéndole hacer exaltación de su fanatismo y dando el juicio por terminado. Un proceso de diez semanas que ha valido para determinar que Breivik no está loco, que sabía perfectamente lo que hacía hace un año. Cometió atentados terroristas preparados meticulosamente durante mucho tiempo. La sonrisa final es fruto de su satisfaccción al escuchar lo que quería oír: Que es un criminal que actuó por sus ideas radicales.
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