Se llamaba Ignacio Echevarría y en estos días habría cumplido 44 años.
Pero no. Hace justo cinco, el 3 de junio de 2017, ya de noche, volvía en bicicleta con unos amigos hacía su apartamento londinense, cuando vio que la gente corría espantada, mientras unos terroristas islámicos se dedicaban a apuñalar viandantes.
En lugar de escapar, como hacía todo el mundo, saltó de la bici, aferró su monopatín y se lanzó contra los asesinos.
Logró que una chica francesa, ya herida, no fuera rematada por uno de los criminales y cuando intentaba defender a mamporros a un policía, dos de los facinerosos lo acuchillaron por la espalda.
Ignacio Echevarría es un héroe, uno de esos valientes que te reconcilian con tu Patria, con tu Historia y te permiten pensar que esta España nuestra es algo más que esa panda de mangantes, aprovechados, sectarios, cobardes, memos y majaderos que nos gobiernan y pueblan la política, el periodismo, la enseñanza y hasta la economía.
Ignacio era un gigante, un español de primera y sin embargo, dudo que hoy hayan escuchado su nombre en los noticieros o las tertulias de televisión o lo hayan leído en las portadas de los periódicos.
Este país, que es el nuestro, es cada día más superficial e ingrato. Y también más necio.
Estoy absolutamente seguro de que ninguno de ustedes conoce en Madrid la calle, la avenida, el parque o la plaza Ignacio Echevarría.
Y no lo conoce porque no existe. En la capital de España, que tiene en pleno Paseo de la Castellana, a la altura de Nuevos Ministerios, dos mastodónticas estatuas dedicadas a los socialistas Indalecio Prieto y Largo Caballero, responsables directos del espanto y los crímenes de la Guerra Civil del 36, todo lo que se ha dedicado al ‘Skate Hero’, como le llaman los ingleses, es alguna pista de patinaje.
No cuenta con una plaza al lado de la Gran Vía, como Pedro Zerolo, cuya gran aportación a la Humanidad fue ser gay y concejal del PSOE.
Tampoco tiene una calle o un lugar de renombre, como le van a dar a Almudena Grandes con el voto favorable de todos los partidos menos VOX y en cuyo honor pretende el Gobierno Sánchez rebautizar la Estación de Atocha.
Por cierto… No sé si se han enterado de que han comenzado los exámenes de EBAU, la Selectividad de toda la vida.
¿A qué no adivinan quiénes han sido en La Rioja los autores elegidos para el comentario de texto de Lengua Castellana?
¿Vargas Llosa, Valle-Inclán, Delibes, Sender, Unamuno, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán...?
No… Almudena Grandes… la que insultaba a Joaquín Leguina llamándole ‘miserable’ o ‘traidor’, por no apoyar el espanto en el que nos han metido Zapatero y Sánchez. La que describió el acto de Colón montado por PP, Ciudadanos y VOX como “desfile espeluznante de todas las familias del fascismo español”.
A esta tipa, todo y de un héroe como Ignacio Echevarría, un español de los pies a la cabeza y un hombre de ley, ni palabra.
Pero no. Hace justo cinco, el 3 de junio de 2017, ya de noche, volvía en bicicleta con unos amigos hacía su apartamento londinense, cuando vio que la gente corría espantada, mientras unos terroristas islámicos se dedicaban a apuñalar viandantes.
En lugar de escapar, como hacía todo el mundo, saltó de la bici, aferró su monopatín y se lanzó contra los asesinos.
Logró que una chica francesa, ya herida, no fuera rematada por uno de los criminales y cuando intentaba defender a mamporros a un policía, dos de los facinerosos lo acuchillaron por la espalda.
Ignacio Echevarría es un héroe, uno de esos valientes que te reconcilian con tu Patria, con tu Historia y te permiten pensar que esta España nuestra es algo más que esa panda de mangantes, aprovechados, sectarios, cobardes, memos y majaderos que nos gobiernan y pueblan la política, el periodismo, la enseñanza y hasta la economía.
Ignacio era un gigante, un español de primera y sin embargo, dudo que hoy hayan escuchado su nombre en los noticieros o las tertulias de televisión o lo hayan leído en las portadas de los periódicos.
Este país, que es el nuestro, es cada día más superficial e ingrato. Y también más necio.
Estoy absolutamente seguro de que ninguno de ustedes conoce en Madrid la calle, la avenida, el parque o la plaza Ignacio Echevarría.
Y no lo conoce porque no existe. En la capital de España, que tiene en pleno Paseo de la Castellana, a la altura de Nuevos Ministerios, dos mastodónticas estatuas dedicadas a los socialistas Indalecio Prieto y Largo Caballero, responsables directos del espanto y los crímenes de la Guerra Civil del 36, todo lo que se ha dedicado al ‘Skate Hero’, como le llaman los ingleses, es alguna pista de patinaje.
No cuenta con una plaza al lado de la Gran Vía, como Pedro Zerolo, cuya gran aportación a la Humanidad fue ser gay y concejal del PSOE.
Tampoco tiene una calle o un lugar de renombre, como le van a dar a Almudena Grandes con el voto favorable de todos los partidos menos VOX y en cuyo honor pretende el Gobierno Sánchez rebautizar la Estación de Atocha.
Por cierto… No sé si se han enterado de que han comenzado los exámenes de EBAU, la Selectividad de toda la vida.
¿A qué no adivinan quiénes han sido en La Rioja los autores elegidos para el comentario de texto de Lengua Castellana?
¿Vargas Llosa, Valle-Inclán, Delibes, Sender, Unamuno, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán...?
No… Almudena Grandes… la que insultaba a Joaquín Leguina llamándole ‘miserable’ o ‘traidor’, por no apoyar el espanto en el que nos han metido Zapatero y Sánchez. La que describió el acto de Colón montado por PP, Ciudadanos y VOX como “desfile espeluznante de todas las familias del fascismo español”.
A esta tipa, todo y de un héroe como Ignacio Echevarría, un español de los pies a la cabeza y un hombre de ley, ni palabra.
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