Gumercindo fue uno de los delincuentes más temidos durante los ochenta y le apodaban El Kalimba debido a sus rasgos africanos.
Una tarde en diciembre de 1999, Gumercindo Domínguez Ayona viajaba por Santiago junto a un amigo que trabajaba para el gobernador de Veracruz. Llevaban tres días sin dormir a punta de cocaína y whisky.
En algún momento detienen la camioneta. Un joven pasaba por el lugar y le piden acercarse. Cuando el muchacho llega a la ventanilla, Gumercindo saca su pistola. “Abre la boca o te mato”, espeta. Aterrorizado, el joven obedece. El cañón le pasa entre los dientes.
Después Gumercindo da un cachazo al joven en la cara, cae al piso. El hombre pisa al acelerador y huye tirando balazos al cielo entre carcajadas.
No sabía que el agredido era el hijo del entonces alcalde santiaguense, Eduardo García Garza. Al poco tiempo los rodearon militares y los detuvieron con dos mil 500 dólares en efectivo, dos armas y cuatro cartuchos quemados ocultos.
No fue difícil que las autoridades lo identificaran: un acapulqueño de más de un metro 80 centímetros de altura, rasgos y tez visiblemente africanos, capaz de cargar 300 kilos de pesas, siempre adornado por siete kilos en cadenas de oro. El Kalimba, le decían.
Lo que no hubieran imaginado Gumercindo ni los militares es que seis años después, tras salir de prisión luego de ser detenido 162 veces, aquel sujeto se habría arrepentido y optado por un nuevo oficio: pastor evangélico.
“El Señor cambió mi vida, la transformó, la restauró y me sacó de la prisión para llevar su Evangelio, para llevar la Buena Nueva a aquellos hombres que creen que no hay esperanza, déjenme decirles que sí hay esperanza, se llama Jesús de Nazaret. Él es el camino, la verdad y la vida”, comenta hoy Domínguez Ayona, el pastor.
Una tarde en diciembre de 1999, Gumercindo Domínguez Ayona viajaba por Santiago junto a un amigo que trabajaba para el gobernador de Veracruz. Llevaban tres días sin dormir a punta de cocaína y whisky.
En algún momento detienen la camioneta. Un joven pasaba por el lugar y le piden acercarse. Cuando el muchacho llega a la ventanilla, Gumercindo saca su pistola. “Abre la boca o te mato”, espeta. Aterrorizado, el joven obedece. El cañón le pasa entre los dientes.
Después Gumercindo da un cachazo al joven en la cara, cae al piso. El hombre pisa al acelerador y huye tirando balazos al cielo entre carcajadas.
No sabía que el agredido era el hijo del entonces alcalde santiaguense, Eduardo García Garza. Al poco tiempo los rodearon militares y los detuvieron con dos mil 500 dólares en efectivo, dos armas y cuatro cartuchos quemados ocultos.
No fue difícil que las autoridades lo identificaran: un acapulqueño de más de un metro 80 centímetros de altura, rasgos y tez visiblemente africanos, capaz de cargar 300 kilos de pesas, siempre adornado por siete kilos en cadenas de oro. El Kalimba, le decían.
Lo que no hubieran imaginado Gumercindo ni los militares es que seis años después, tras salir de prisión luego de ser detenido 162 veces, aquel sujeto se habría arrepentido y optado por un nuevo oficio: pastor evangélico.
“El Señor cambió mi vida, la transformó, la restauró y me sacó de la prisión para llevar su Evangelio, para llevar la Buena Nueva a aquellos hombres que creen que no hay esperanza, déjenme decirles que sí hay esperanza, se llama Jesús de Nazaret. Él es el camino, la verdad y la vida”, comenta hoy Domínguez Ayona, el pastor.
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