En el corazón de Londres, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, un grupo de setenta castellers desafía la gravedad y el individualismo con una tradición profundamente catalana. Lo más sorprendente es que la mayoría de sus miembros no tienen ningún vínculo previo con Cataluña, pero han encontrado en esta práctica una forma de integración y comunidad en una metrópoli que a menudo puede resultar impersonal.
El grupo, que ensaya dos veces por semana, mezcla el inglés con los términos tradicionales en catalán, manteniendo vivo el espíritu original de los Castells. Detrás de esta iniciativa está Cus Anderson, un inglés que se enamoró de esta tradición hace veinte años en Valls, cuna de los castellers.
Este año celebran su décimo aniversario, consolidándose como una de las colles más singulares fuera de Cataluña. Durante tres horas de ensayo, con una breve pausa para reponer fuerzas y socializar, los miembros trabajan en equipo para levantar torres humanas que simbolizan esfuerzo, confianza y unión.
Un testimonio de que la tradición no tiene fronteras y que, incluso en Londres, los castellers siguen desafiando los límites.
El grupo, que ensaya dos veces por semana, mezcla el inglés con los términos tradicionales en catalán, manteniendo vivo el espíritu original de los Castells. Detrás de esta iniciativa está Cus Anderson, un inglés que se enamoró de esta tradición hace veinte años en Valls, cuna de los castellers.
Este año celebran su décimo aniversario, consolidándose como una de las colles más singulares fuera de Cataluña. Durante tres horas de ensayo, con una breve pausa para reponer fuerzas y socializar, los miembros trabajan en equipo para levantar torres humanas que simbolizan esfuerzo, confianza y unión.
Un testimonio de que la tradición no tiene fronteras y que, incluso en Londres, los castellers siguen desafiando los límites.
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