• hace 2 años
Tiene Pedro Sánchez una cara que se la pisa. Con corbata y sin ella.
El balance anual que, este 29 de julio de 2022, hizo el presidente del inepto Gobierno PSOE-Podemos, es un ejemplo de desvergüenza antológico.
Quedó claro que la apuesta política y preelectoral del líder socialista es usurpar a Yolanda Díaz aquel espacio que el propio Sánchez le reservó a la izquierda del PSOE.
Si no fuera así, resultaría incomprensible que el gobernante más dañino que ha tenido España en medio siglo, mencione por sus apellidos a dos de los máximos representantes de la economía privada en España para jactarse de que «si protestan, es que vamos por la buena dirección».
Este eslogan, simplón y temerario al mismo tiempo, sería disculpable en un Echenique o un Iglesias, incluso en alguna de sus ministras de Podemos. Pero en boca del presidente del Gobierno resulta sintomático de una pérdida de respeto por el cargo que ocupa.

Este frentismo con la oposición, y ahora con las grandes empresas españolas, es una insensatez cuando el país se encamina, con el resto de Europa, a un futuro muy incierto a corto plazo. Una idea constructiva y positiva de país debería basarse en un principio de unidad, pero Sánchez se ha escorado de tal manera al extremismo que de él ya no es esperable el liderazgo que va a necesitar España. Ese maniqueísmo de asociar la oposición con los 'poderosos' y al PSOE con los vulnerables es puro peronismo de segunda mano.
Quien señala con hipocresía a los presidentes de Iberdrola o del Banco Santander como iconos de los «señores con puro que conspiran» contra el Gobierno es el mismo que corre a buscar unos minutos con Joe Biden, o que acoge a la OTAN con un furor atlantista de dudosa sinceridad.

Esa sal gruesa del discurso de Sánchez quiere tapar la crudeza de una inflación descontrolada, que ha llegado al 10,8 por ciento en julio, el porcentaje más alto desde septiembre de 1984. Peor es aún el dato de la inflación subyacente, que alcanza el 6,1 por ciento. Esta modalidad de inflación refleja de forma más exacta la evolución de los precios al no computar factores especialmente variables, como la energía o alimentos frescos.
No es solo «preocupante», como dijo Sánchez; es muy grave porque demuestra su incapacidad para diseñar escenarios económicos siquiera a medio plazo.
Los datos del PIB y del empleo sirvieron a Sánchez para jalear sus medidas económicas y laborales del último año, pero no se dio por aludido de las advertencias de los ministros Escrivá y Díaz sobre un claro «enfriamiento» del mercado de trabajo en la segunda quincena de julio.

La distancia entre La Moncloa y la vida cotidiana de las familias es un abismo que Sánchez quiere sellar con ruido populista, mucho gasto público y una recaudación extra del 20,4 por ciento derivada precisamente de la inflación. Y también imponiendo medidas de dudosa eficacia, como la de autorizar aire acondicionado solo a un mínimo de 27

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