Rodeando la ciudad de Montevideo, la capital de Uruguay, se encuentra el departamento de Canelones, el segundo más poblado del país.
Es una zona de tierra fértil, tradicionalmente de pequeñas chacras familiares y viñedos, que abastece de alimentos a gran parte del país.
Hasta la zona de Sauce, fuimos para encontramos con Laura y Gonzalo, que a contracorriente de lo que sucede en Uruguay y América Latina en general, dejaron la ciudad para irse a vivir al campo para producir en forma ecológica.
En poco más de una década el cultivo de soja en Uruguay pasó de ser insignificante a convertirse en el principal producto de exportación del país. Hoy ocupa más de un millón de hectáreas y ha transformado sustancialmente el sistema productivo tradicional.
El otro impacto es el social, la desaparición de pequeños productores. Para muchos, era más rentable arrendar o vender sus campos a seguir produciendo en condiciones demasiado adversas. Algunos apostaron a los productos orgánicos, de gran demanda a nivel mundial y que en el caso del maíz triplica el precio de los cultivos tradicionales, pero los cultivos de maíz transgénico contaminaron y arruinaron su cosecha.
Frente a las nefastas consecuencias que esto tiene, no solamente para el medio ambiente sino también para su salud y sus emprendimientos, los productores han decidido plantar cara y le exigen al gobierno que declare a Canelones zona libre de soja transgénica.
Es una zona de tierra fértil, tradicionalmente de pequeñas chacras familiares y viñedos, que abastece de alimentos a gran parte del país.
Hasta la zona de Sauce, fuimos para encontramos con Laura y Gonzalo, que a contracorriente de lo que sucede en Uruguay y América Latina en general, dejaron la ciudad para irse a vivir al campo para producir en forma ecológica.
En poco más de una década el cultivo de soja en Uruguay pasó de ser insignificante a convertirse en el principal producto de exportación del país. Hoy ocupa más de un millón de hectáreas y ha transformado sustancialmente el sistema productivo tradicional.
El otro impacto es el social, la desaparición de pequeños productores. Para muchos, era más rentable arrendar o vender sus campos a seguir produciendo en condiciones demasiado adversas. Algunos apostaron a los productos orgánicos, de gran demanda a nivel mundial y que en el caso del maíz triplica el precio de los cultivos tradicionales, pero los cultivos de maíz transgénico contaminaron y arruinaron su cosecha.
Frente a las nefastas consecuencias que esto tiene, no solamente para el medio ambiente sino también para su salud y sus emprendimientos, los productores han decidido plantar cara y le exigen al gobierno que declare a Canelones zona libre de soja transgénica.
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