Hola a todos, este es Andrés. A veces, una familia no es lo que parece. Todos tenemos nuestros secretos y, cuando son revelados, pueden cambiarnos por completo. Y no necesariamente de una mala manera. Pero comencemos por el principio:
La vida de Andrés nunca fue nada especial. Su madre y su padre eran personas simples con trabajos normales. Nunca tuvieron una pelea importante, pero tampoco podía decir que eran cercanos. No hablaban mucho, con excepción de los temas típicos, como la escuela, las notas y lo que habría para cenar.
Cuando Andrés cumplió quince años, sus padres decidieron organizar una fiesta con todos los amigos de la familia y sus hijos. Eso no le gustó nada, él quería divertirse un poco con sus propios amigos. Pero sus padres insistieron, así que no tuvo más opción que aceptar. Durante el cumpleaños, uno de los invitados, un amigo de sus padres, dijo: “Es increíble cuánto te pareces a tus padres, a pesar de tu situación”. Andrés lo miró confundido y le preguntó: “¿qué situación?”. “Oh”, dijo el invitado, “no lo sabes…”.
El resto de la fiesta transcurrió normalmente, pero los días pasaban y Andrés no podía dejar de pensar en esas palabras. Una de las cosas que se le vinieron a la mente fue: “¿acaso soy adoptado?”. Podía ser cierto: siempre había notado pequeñas diferencias entre él y sus padres. Así que un día, durante la cena, les preguntó si era adoptado. Sus padres lo miraron con una expresión de preocupación, sin decir nada. Y en ese momento, Andrés supo que era verdad. Estaba furioso. Todos lo sabían, menos él. Le dolió, y mucho. Se preguntaba a mí mismo: “¿Quién soy? ¿Qué debo hacer ahora?”. Todo era muy confuso y le daba mucho miedo.
Casi comenzó una rebelión. Pasaba muchas horas fuera de casa hasta tarde, y sus notas cayeron abruptamente.
Andrés no lograba entenderlo, ¿por qué no discutían el tema con él? ¿Por qué actuaban como si no hubiera pasado nada? Peor aún: se enojaban con él cuando pasaba mucho tiempo afuera, intentaban controlarlo. Ni siquiera eran sus verdaderos padres, ¿qué derecho tenían a hacerlo?
Una noche, después de haber regresado tarde, su padre le gritó. Le dijo era un malcriado y un desagradecido con todo lo que habían hecho por él. Así que Andrés dio media vuelta y se fue de la casa.
No sabía adónde ir, así que simplemente caminó por las calles oscuras. Perdió la noción del tiempo, pero sentía que habían pasado horas. Sentía que en realidad no le importaba a nadie. Lo más probable era que sus verdaderos padres lo hubieran abandonado, y que no fuera más que una molestia para sus padres adoptivos.
Como no podía regresar a casa, Andrés fue a su lugar favorito de la infancia: el estanque adonde solía ir a ver a los patos. Se sentó allí, triste y con frío, y lloró. Estaba completamente perdido.
De pronto, Andrés vio que el auto de sus padres se aproximaba al estaque. Su madre se bajó. Parecía asustada y preocupada. Corrió hacia él y lo abrazó.
“¡Estábamos tan preocupados!”, dijo. “No sabíamos dónde buscarte.
La vida de Andrés nunca fue nada especial. Su madre y su padre eran personas simples con trabajos normales. Nunca tuvieron una pelea importante, pero tampoco podía decir que eran cercanos. No hablaban mucho, con excepción de los temas típicos, como la escuela, las notas y lo que habría para cenar.
Cuando Andrés cumplió quince años, sus padres decidieron organizar una fiesta con todos los amigos de la familia y sus hijos. Eso no le gustó nada, él quería divertirse un poco con sus propios amigos. Pero sus padres insistieron, así que no tuvo más opción que aceptar. Durante el cumpleaños, uno de los invitados, un amigo de sus padres, dijo: “Es increíble cuánto te pareces a tus padres, a pesar de tu situación”. Andrés lo miró confundido y le preguntó: “¿qué situación?”. “Oh”, dijo el invitado, “no lo sabes…”.
El resto de la fiesta transcurrió normalmente, pero los días pasaban y Andrés no podía dejar de pensar en esas palabras. Una de las cosas que se le vinieron a la mente fue: “¿acaso soy adoptado?”. Podía ser cierto: siempre había notado pequeñas diferencias entre él y sus padres. Así que un día, durante la cena, les preguntó si era adoptado. Sus padres lo miraron con una expresión de preocupación, sin decir nada. Y en ese momento, Andrés supo que era verdad. Estaba furioso. Todos lo sabían, menos él. Le dolió, y mucho. Se preguntaba a mí mismo: “¿Quién soy? ¿Qué debo hacer ahora?”. Todo era muy confuso y le daba mucho miedo.
Casi comenzó una rebelión. Pasaba muchas horas fuera de casa hasta tarde, y sus notas cayeron abruptamente.
Andrés no lograba entenderlo, ¿por qué no discutían el tema con él? ¿Por qué actuaban como si no hubiera pasado nada? Peor aún: se enojaban con él cuando pasaba mucho tiempo afuera, intentaban controlarlo. Ni siquiera eran sus verdaderos padres, ¿qué derecho tenían a hacerlo?
Una noche, después de haber regresado tarde, su padre le gritó. Le dijo era un malcriado y un desagradecido con todo lo que habían hecho por él. Así que Andrés dio media vuelta y se fue de la casa.
No sabía adónde ir, así que simplemente caminó por las calles oscuras. Perdió la noción del tiempo, pero sentía que habían pasado horas. Sentía que en realidad no le importaba a nadie. Lo más probable era que sus verdaderos padres lo hubieran abandonado, y que no fuera más que una molestia para sus padres adoptivos.
Como no podía regresar a casa, Andrés fue a su lugar favorito de la infancia: el estanque adonde solía ir a ver a los patos. Se sentó allí, triste y con frío, y lloró. Estaba completamente perdido.
De pronto, Andrés vio que el auto de sus padres se aproximaba al estaque. Su madre se bajó. Parecía asustada y preocupada. Corrió hacia él y lo abrazó.
“¡Estábamos tan preocupados!”, dijo. “No sabíamos dónde buscarte.
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