La hipocondría, o ansiedad intensa por la salud, puede ser tan debilitante y peligrosa como las enfermedades físicas.
Descartada a menudo como un defecto del carácter, ahora se reconoce como un trastorno mental legítimo con graves consecuencias, incluido un mayor riesgo de suicidio.
La hipocondría se manifiesta en dos síndromes: el trastorno de ansiedad por enfermedad, en el que predomina el miedo a la enfermedad, y el trastorno de síntomas somáticos, en el que síntomas reales provocan una preocupación excesiva.
Este trastorno altera la vida de quienes lo padecen, que quedan incapacitados por sus miedos.
La cibercondría, una variante moderna, agrava el problema, ya que las interminables búsquedas en Internet amplifican las ansiedades.
Los estudios revelan que la preocupación constante merma la capacidad de captar probabilidades estadísticas, convirtiendo los riesgos bajos en certezas percibidas de fatalidad.
En algunos casos, estos temores se intensifican, provocando incesantes visitas al médico o incluso una depresión no tratada.
Entre las opciones de tratamiento eficaces se encuentran la terapia cognitivo-conductual (TCC) y los antidepresivos.
La empatía de los profesionales sanitarios, combinada con una comunicación adaptada a los riesgos, ayuda a aliviar la carga.
Las terapias en línea y la telesalud también resultan prometedoras y ofrecen esperanza a quienes no pueden acceder a la atención tradicional.
En última instancia, los peligros de la hipocondría van más allá de la mente y afectan a la salud física y la mortalidad.
Descartada a menudo como un defecto del carácter, ahora se reconoce como un trastorno mental legítimo con graves consecuencias, incluido un mayor riesgo de suicidio.
La hipocondría se manifiesta en dos síndromes: el trastorno de ansiedad por enfermedad, en el que predomina el miedo a la enfermedad, y el trastorno de síntomas somáticos, en el que síntomas reales provocan una preocupación excesiva.
Este trastorno altera la vida de quienes lo padecen, que quedan incapacitados por sus miedos.
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