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  • 1/4/2025
Iba a ser Pedro Huerta el invitado de la semana, pero el revuelo causado por el anteproyecto de la Comunidad de Madrid que limita el uso de pantallas en los colegios exige una voz experta en el asunto. Y pocas personas combinan con tanta claridad el rigor académico con el trabajo de campo. Cuesta, autora de Crecer con pantallas y profesora universitaria, lleva más de una década en el Servicio de Prevención de Adicciones del Ayuntamiento de Madrid. Habla de tecnología, pero también de lo que ve en las casas, en los colegios, en los chavales.

“Educar es cansado”, suelta en mitad de la conversación. “Es que para quitar el móvil a un hijo hay que remangarse y dar la tabarra. Y eso agota. Educar agota”.

Y sin embargo no cree que prohibir de forma tajante la tecnología sea la solución. “A veces, cuando se prohíbe, los adolescentes buscan hacerlo a escondidas, y eso aumenta los riesgos. Funciona mejor hablar de límites, de normas, de acompañamiento. De saber regular”. Cuesta insiste una y otra vez en matizar, en contextualizar, en plantear preguntas incómodas.
El error de fondo: usar sin saber para qué

“Con la tecnología no todo vale”, explica. “Cuando se hace una implementación en el aula, lo fundamental es preguntarse el para qué. Qué vamos a conseguir con esa herramienta, si mejora el aprendizaje, si motiva, si sirve para fijar contenidos… pero no podemos meter tecnología por meter”.

Por eso critica el enfoque del anteproyecto de la Comunidad de Madrid, centrado en limitar el tiempo de pantalla sin tener en cuenta el contenido ni el contexto. “Se han basado en tiempos, no en contenidos. Y eso es un error. No es lo mismo estar una hora viendo vídeos en YouTube que estar una hora haciendo robótica o programación”.

E insiste: el verdadero problema ha sido “tecnificar sin método”. Hay centros llenos de pizarras digitales, iPads y Chromebooks “donde lo único que se ha hecho ha sido digitalizar el libro en PDF y ponerlo en una pantalla. Eso no es innovación, es trasladar lo antiguo a un nuevo soporte sin cambiar nada más”.

No se puede legislar desde el privilegio

Cuesta lo deja claro: no se puede hablar de estos temas sin mirar las brechas sociales. “Mis hijos son unos privilegiados. Tienen libros, tiempo, ocio saludable, padres con estudios. ¿Qué pasa con los niños de contextos vulnerables, que están solos toda la tarde, con un smartphone desde los ocho años y sin supervisión?”.

La frase se queda suspendida en el aire. Porque cuando las políticas públicas se hacen pensando solo en las familias que pueden permitirse acompañar, supervisar, regular, se corre el riesgo de abandonar a los que no pueden. “Si quitamos toda la formación digital de los colegios, que es el único sitio seguro y controlado, ¿qué hacemos con toda una generación de niños y niñas? ¿Les dejamos fuera del sistema?”.

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