Según el último Eurobarómetro, ni siquiera 3 de cada 10 españoles confían en los medios de comunicación.
Sumen a ese dato el CIS de febrero, en el que aparece que la de periodista es la profesión peor valorada, junto a la de juez, y entenderán porque no he puesto el mínimo interés en que alguno de mis hijos se dedique a esto.
Yo empecé en 1976, recién licenciado en Derecho y Periodismo, y en el casi medio siglo que llevo en la pelea, lo he pasado de cine.
He llegado a decir que la de reportero de guerra era una profesión creada por Dios para mi y no conozco otra actividad que pueda ser tan divertida y fascinante.
No te haces rico, pero da igual, porque vives con la permanente sensación de hacer Historia, además de contarla.
Y sin embargo, llegados a este punto, mi aprecio por la tropa periodística y los dueños del cotarro, es bastante escaso.
No sólo por el mísero nivel cultural de la parroquia o por la facilidad con que se deja comprar, sino sobre todo por su proclividad a hacer de palanganeros.
La mayor parte de los medios, y de los periodistas españoles, han enterrado uno de los principios fundamentales del oficio: a quien se debe controlar de forma prioritaria no es a la Oposición sino al Gobierno.
Pero como se goza de más privilegios, se entra en tertulias, se perciben subvenciones y hasta te miran mejor si llevas grabado en el carnet la palabra ‘progre’, en lugar de cumplir con esa norma básica e inquirir por la amnistía ilegal o los apaños con proetarras y golpistas, se asume el papel de correa de transmisión de los mezquinos intereses del PSOE y compinches, se repiten sus consignas y mentiras, se tapan sus chapuzas y se justifican las medidas y decisiones más irresponsables.
El ejemplo más clamoroso son ‘El País’ y la ‘Cadena SER’, propiedad de un grupo rabiosamente capitalista, que debe la friolera de 800 millones y cuyos directivos necesitan la teta oficial para seguir cobrando sueldos opíparos.
‘El País’ y la ‘SER’, como ‘RTVE’, ‘LaSexta’ y resto de la ‘Brunete Pedrete’ están ya a toda máquina justificando la amnistía a Puigdemont y asumiendo la tesis de que, en aras de una imaginaria convicvencia, hay que borrar de los anales el golpe sedicioso del 1 de octubre de 2017.
Cualquier día nos desayunaremos leyendo en ‘El País’ que el putero Tito Berni era en realidad del PP o que, los balazos en la nuca a un millar de inocentes, no los pegaron los socios de Sánchez en el País Vasco, sino unos despistados que pasaban por allí
La próxima vez que caigan en la tentación de encender el televisor y si por casualidad les entra en pantalla alguna de esas ruedas de prensa que dan los portavoces de los diferentes grupos parlamentarios, fíjense bien porque el único periodista que osará preguntar de verdad a Rufián, Aizpurúa o al macarra Puente será el de Periodista Digital. Eso si le dejan, porque habitualmente lo censuran.
Quiten a Josué Cárdenas, a Bertrand Ndongo, nuestro último fichaje y a otra media docena de valientes y todo lo que les queda,
Sumen a ese dato el CIS de febrero, en el que aparece que la de periodista es la profesión peor valorada, junto a la de juez, y entenderán porque no he puesto el mínimo interés en que alguno de mis hijos se dedique a esto.
Yo empecé en 1976, recién licenciado en Derecho y Periodismo, y en el casi medio siglo que llevo en la pelea, lo he pasado de cine.
He llegado a decir que la de reportero de guerra era una profesión creada por Dios para mi y no conozco otra actividad que pueda ser tan divertida y fascinante.
No te haces rico, pero da igual, porque vives con la permanente sensación de hacer Historia, además de contarla.
Y sin embargo, llegados a este punto, mi aprecio por la tropa periodística y los dueños del cotarro, es bastante escaso.
No sólo por el mísero nivel cultural de la parroquia o por la facilidad con que se deja comprar, sino sobre todo por su proclividad a hacer de palanganeros.
La mayor parte de los medios, y de los periodistas españoles, han enterrado uno de los principios fundamentales del oficio: a quien se debe controlar de forma prioritaria no es a la Oposición sino al Gobierno.
Pero como se goza de más privilegios, se entra en tertulias, se perciben subvenciones y hasta te miran mejor si llevas grabado en el carnet la palabra ‘progre’, en lugar de cumplir con esa norma básica e inquirir por la amnistía ilegal o los apaños con proetarras y golpistas, se asume el papel de correa de transmisión de los mezquinos intereses del PSOE y compinches, se repiten sus consignas y mentiras, se tapan sus chapuzas y se justifican las medidas y decisiones más irresponsables.
El ejemplo más clamoroso son ‘El País’ y la ‘Cadena SER’, propiedad de un grupo rabiosamente capitalista, que debe la friolera de 800 millones y cuyos directivos necesitan la teta oficial para seguir cobrando sueldos opíparos.
‘El País’ y la ‘SER’, como ‘RTVE’, ‘LaSexta’ y resto de la ‘Brunete Pedrete’ están ya a toda máquina justificando la amnistía a Puigdemont y asumiendo la tesis de que, en aras de una imaginaria convicvencia, hay que borrar de los anales el golpe sedicioso del 1 de octubre de 2017.
Cualquier día nos desayunaremos leyendo en ‘El País’ que el putero Tito Berni era en realidad del PP o que, los balazos en la nuca a un millar de inocentes, no los pegaron los socios de Sánchez en el País Vasco, sino unos despistados que pasaban por allí
La próxima vez que caigan en la tentación de encender el televisor y si por casualidad les entra en pantalla alguna de esas ruedas de prensa que dan los portavoces de los diferentes grupos parlamentarios, fíjense bien porque el único periodista que osará preguntar de verdad a Rufián, Aizpurúa o al macarra Puente será el de Periodista Digital. Eso si le dejan, porque habitualmente lo censuran.
Quiten a Josué Cárdenas, a Bertrand Ndongo, nuestro último fichaje y a otra media docena de valientes y todo lo que les queda,
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